Sobre un palo de su jaula, el ave posa el vuelo. Cansada del mundo, cansada de la vida, cansada de su eterno cautiverio. Un cautiverio que nació por descuido. No debería el ave haber sido tan descuidada, pensará el lector, pero hay trampas más sofisticadas que una simple red o un cebo...
No sé que mueve al lector a seguir leyendo el blog de un alma marchita. Pero si es oscuridad lo que buscas, en estas nuevas entradas la encontrarás.
El ave recuerda con nostalgia los años que pasó volando libremente. Recorrió prados de una belleza sobrenatural, sobrevoló los fríos lagos y las altas montañas. Paró a beber en alguna ocasión de los manantiales más puros, aquellos que no han sido tocados por la mano de la criatura humana. Sintió el calor de los volcanes y el magma fluyente, vivió tremendas aventuras de la mano de su propio instinto. Las selvas y los bosques le ofrecían alimento y cobijo, los altos árboles le ofrecían protección nocturna. Tal es la bondad de la madre de los seres vivos, la gran Pangea. Pero la madre fue esclavizada por la criatura humana, y pronto lo hicieron sus hijos: El resto de seres vivos.
En primer lugar, espero que el lector comprenda que su comodidad, y la mía, se asienta sobre las almas de miles de seres que habitaron la tierra antes que nosotros, y que aún coexistiendo con nosotros sufren. El que no lo entienda ni es sabio ni merece estar aquí.
Al ave sólo le queda dejar volar sus recuerdos a través de los barrotes de su jaula. Probablemente su plumaje fue demasiado bello, o tal vez su canto. Tal vez el infortunio se cruzó en uno de sus vuelos, el día de su captura no está claro para este animal. Comer, dormir, estar a salvo de los depredadores... es cierto que ahora goza de ello, pero a cambio ha entregado su propia libertad. La libertad de poder elegir donde dormir, la libertad de decidir qué comer, la libertad de ser presa incluso. ¿De qué sirve su habilidad para sobrevivir encerrada entre esos barrotes de triste bienestar?.
No me gustaría tener mascotas, querido lector. En su día tuve pájaros enjaulados, y aparentemente eran felices porque nacieron entre esos barrotes, pero puedo asegurarle al lector que el día de sus muertes fui entendiendo poco a poco que ese no es lugar para un ser vivo. ¿Por que adoro los gatos? Porque los gatos son libres. Salen, cazan, corren... los felinos están adaptados al ser humano. Lo que dista mucho de otras mascotas, que simplemente son dependientes o esclavas del ser humano. Hay personas muy cercanas a mi que no distinguen esos dos conceptos, y eso me entristece enormemente.
El ave mira con nostalgia entre los barrotes hacia una ventana. Ve el cielo azul, por el que solía volar, en el que solía extender sus alas ahora atróficas. Débiles. Desde que la capturaron, no las ha vuelto a necesitar. Sus cadenas son sólidas. Su añoranza es fuerte. El que se autoproclama como su dueño se acerca con más grano para su comedero. Y agua para su bebedero. Le silba en una lengua extraña, que no puede entender. Probablemente espere que el ave entone su melodía. Pídele a un músico que entone un bolero en el funeral de su propia libertad: Por más que lo intente solo emitirá un triste Réquiem, digno del enterramiento que es ahora su vida.
Supongo que pensar así va en contra de mi futura profesión. ¿Qué tiene de malo? Sólo defiendo la libertad de los seres vivos. Particularmente los perros son una aberración de la madre naturaleza. Un lobo absolutamente perdido en la miseria. Apenas una sombra de su glorioso pasado como cazador, el perro es sin duda el mejor amigo del ser humano... claro, ha de serlo. No sabe vivir de otra manera. Es una especie resignada a su propia esclavitud, dentro de unos años las hembras humanas engendrarán cachorros. ¿No es aberrante tener animales como entretenimiento? Las casas humanas fueron ideadas para seres humanos. ¿Acaso las abejas o las hormigas domestican orugas para que sean sus mascotas?.
Al ave le han comprado un compañero porque su dueño la veía muy triste. Un pobre animal en la flor de la vida, que ya nació en una jaula. El compañero le habla con entusiasmo al ave. Le pregunta acerca de las cosas de su cárcel. El ave emite un trino lastimero. El compañero nunca estuvo en libertad. ¿Es eso mejor? No, no lo es. El ave se plantea lo afortunada que es, ya que ella pudo sentir durante un tiempo lo que supone ser libre. Su alegre compañero nunca sabrá que hay más allá de sus barrotes, y eso la entristece enormemente. Quizá por eso es tan feliz en ese espacio minúsculo. Nunca aprendió a volar. Ni aprenderá. El ave no mejora. Más bien se entristece al comprobar lo que les depara a sus hijos si algún día los tiene. Una cómoda ignorancia al servicio de su carcelero.
He tenido la fortuna de estudiar una carrera que, entre otras cosas, me ha enseñado que los animales no deben estar al servicio del ser humano. El ser humano es el tipo de especie despreciable que cree que el mundo está enteramente a su servicio. No quiero tener mascotas querido lector. Puede que el resto de mis congéneres crean que es necesario utilizar animales, pero yo al menos lo evitaré hasta donde sea posible si el fin es meramente lúdico. Para divertirme ya tengo las consolas, los paseos por el parque o los paisajes que ya me brinda la naturaleza. No necesito algo que me lama o me cante.
El ave ha enfermado. Un humano de blanco la ha examinado, y le ha dicho a su dueño que no es una enfermedad, al menos no si consideramos la tristeza un sentimiento. En tal caso, el ave está enferma de nostalgia. El dueño se defiende, dice que su ave tiene de todo: comida, agua, tratamiento... que no le puede faltar nada. El ave observa con tristeza la discusión entre los barrotes. Si que le falta algo. Le falta la libertad de poder vivir su vida libremente. Pero la criatura humana está ciega. La criatura humana sólo comprende el bienestar del ave pasando por su propio filtro de bienestar previamente. El humano cree que el ave es feliz, solo porque el es feliz. El humano nunca podrá entender a su pequeño huésped, y cuando el ave piensa en ello, su mundo se llena de oscuridad. El ave suspira una última vez, y su mente se llena de recuerdos, de aquellos lugares que visitó, de aquellos olores que dejó de percibir, de la canción que entonaban los árboles del bosque, de la luna en la sabana... y, al final del camino, parece poder volar de nuevo. Pero ya nada es igual. Al final de sus recuerdos, de las mil imágenes, el ave se da cuenta que sólo hay un camino. Despliega sus alas como en un sueño, y atraviesa los barrotes para volar hacia el firmamento. Atrás queda una cáscara vacía, enjaulada, testigo mudo de su largo cautiverio. Y el alegre compañero comienza a comprender la verdad...
Sirva esta fábula como expiación de mi propia alma, por haber consentido que una mascota entre en mi casa y haya muerto entre estas cuatro paredes sin conocer nunca por sí misma lo que hay más allá de la ventana. Sirva también a todas aquellas personas que tienen mascotas "falsamente libres" para comprender que para un animal, lo más importante es tener la libertad de elegir cuando hacer qué, sin cadenas, horarios o jaulas. Sin supervisación humana, simplemente porque en ese momento le apetece hacerlo.
Quien tenga ojos que lea, quien tenga corazón que comprenda, y quien no esté deacuerdo que calle, no tiente al destino el lector escéptico, no sea que en otra vida sea mascota y otro dueño de su libertad. Cuidado con sus palabras...
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