Cuando algo muere, algo nace... asi funciona este ciclo inevitable: El colectivo es eterno; el individuo, mortal.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Rayo de Esperanza


"A veces, y sólo a veces, la vida te demuestra que después de la tormenta siempre llega la calma"


 Así es, querido lector. No todo en este camino que recorremos es pesar y sufrimiento, ni todos los esfuerzos caen en saco roto. Al fin, después de mucho, mucho tiempo, hoy parece que veo la luz:


- Ha sido un largo invierno encerrado en esta vieja casona azotada por las nieves boreales. Dia tras día, me levantaba de mi lecho y miraba hacia mi ventana, con la esperanza de ver salir el sol. Pero durante meses que han parecido años, el cielo siempre amanecía nublado. Mi lógica no entendía como podía pasar esto en plenos meses de verano. Un verano que ha pasado sobre mi como una ventisca norteña, como aquellas que aullaban en las largas travesías bucaneras de los antiguos pueblos falsamente llamados "bárbaros". Los vikingos siempre han vivido en estas condiciones. Y, quizá por vivir en aquellos fríos mares, desarrollaron la determinación para seguir vivos de manos de la calidez humana. El fuego de la guerra alimentaba sus corazones, y cuando los pueblos del norte se embarcaban en sus barcos en busca de seguir el mito del Rägnarök, descubrían la importancia del compañerismo, necesario para sobrevivir un dia más en aquellas gélidas aguas. Del mismo modo, encerrado en mi casona, he peleado valientemente en mi propia guerra personal, hasta conseguir el gran logro de salir vivo de ella, sin secuelas.

 Ah, querido lector, muchas veces he maldecido el día que decidí embarcarme en esta batalla, que no es sino una más de la gran guerra. Todos tenemos nuestra propia guerra, compuesta de sucesivas batallas. Nuestros objetivos. Lo que queremos ser, lo que queremos conseguir y el camino que lleva a ello pasa por múltiples sacrificios, y hay días en los que maldices la idea de haber empezado todo. Pero así son las guerras, las batallas, los problemas, las metas y el camino que lleva a ellas. Y como los antiguos Vikingos y pueblos nórdicos, yo me embarqué a principios de este verano del 2012 en una gran Odisea que parecía imposible. Junto a mi ventana, el mar bramaba y el viento aullaba furioso, desafiante. Todos los contratiempos por los que he pasado para llegar a esto, sin duda han dado sus frutos.
La batalla fue fructífera esta vez. Pero no siempre es así. Y sabio es quien mantiene la prudencia aún en el fragor de la victoria.

 He pasado un verano enfrascado en mis libros de estudio, he navegado sobre un mar de apuntes. Me he enfrentado a gusanos gigantescos capaces de estallar tu corazón con su sola presencia, a bestias radiactivas, y a selvas malditas llenas de plantas desconocidas hasta entonces cuya ponzoña podría provocarte un coma fatal. Luché por sobrevivir cuando las reservas de alimentos de mi barco flaqueaban, cuando su calidad se volvía insalubre. He sobrevivido las caprichosas creaciones de la genética salvaje...

 He vivido mi propia odisea este verano. Mientras fuera de mi vieja casona sumida en el invierno de mi fracaso arreciaban vientos capaces de congelar el alma de un fallecido hasta hacerla visible, empleé una via alternativa. Mis libros. Mi conocimiento. Y, sólo cuando estuve realmente preparado, cuando conocía perfectamente el mar de apuntes sobre el que estuve navegando, sólo entonces, decidí abrir la puerta de mi viejo refugio y encarar las tempestades de la intemperie. La tormenta se enfureció ante mi osadía, y arreció más fuerte. Las olas frente a mi costa se volvieron gigantescos tsunamis que estallaban contra el acantilado. El viento se enfrió hasta un punto que me hizo flaquear varias veces. Y todos los miedos contra los que había batallado en mi mar de apuntes volvieron juntos para dar un trágico final a mi vasta odisea...

 Soplaban los vientos de Septiembre, querido lector. Un viento mucho más helado que los que había experimentado en mi mar de apuntes. Aún así me hice a la mar, y es ahí, cuando mi barco nórdico arrió las velas dispuesto a lanzarse en su propia Rägnarök, preciso instante en el que aquel gigantesco océano se abrió en una faya, y de ella brotó el infierno de los exámenes.

 Llamas abismales comenzaron a serpentear y a aullar amenazantes, deseando abrasarme. Pero luché, luché con todo aquello que había aprendido de mis libros. Cuando su ardor chocaba contra el escudo de mi experiencia las chispas saltaban, y cuando chocaban los aceros del aprendizaje el calor desprendido era tal que alguna vez sentí que mi férrea empuñadura se soldaba con mi mano por efecto del calor.

 Primero, el fuego quemó mis reservas de alimentos, dejándome sin provisiones, pero yo sabía pescar, y no sirvió. Acto seguido brotó de aquella faya infernal un tentáculo ponzoñoso que rezumaba un veneno mortal, e intentó golpearme. Pero hábilmente esquivé sus golpes y corté la pua de su extremo, haciéndole retirarse con un alarido, no sin antes rozar con una de las puas accesorias mi mejilla. Dolió, pero no me di por vencido. Una bestia radiactiva surgió a continuación de aquel vórtice ardiente, dispuesta a destrozar mis huesos. Y junto a ella, aquel horrible gusano gigantesco cuya boca exhibía una probóscide dentada y afilada. Intentaron derrotarme juntos, pero hábilmente acabé con ellos, uno detrás de otro...

 Parecía que todo había terminado, pero en un último intento, mis peores pesadillas se manifestaron y emergieron de aquel agujero en forma de un desagradable engendro genético, producto de dios sabe que clase de cruzamientos. Era la quimera, el monstruo mítico producto de la selección que sobre el habían ejercido los fuegos de aquel abismo infermal. El último enemigo a batir para ganar la batalla.

 Esta última batalla fué terrible. La más terrible de cuantas compusieron esta Rägnarök. Larga y tediosa, se hizo eterna. Ni siquiera sé si derroté a la bestia o sólo la dejé gravemente herida. Y con esta duda horrible volví a mi frío refugio al pié del acantilado a esperar. No obstante, al volver, algo me decía que había cambiado el ambiente. Quizá poco a poco cada vez hacía menos frío. Y conforme la sangre y los cadáveres de aquellas criaturas se alejaban flotando mar adentro, observaba como el mundo cambiaba.

 Hace unas pocas horas, vi emerger un último cadáver: Era la quimera.

 No estaba seguro a pesar de mi valiente pelea si había acabado con aquel engendro de la genética. Un monstruo terrible, mucho peor que todos aquellos que podrías imaginarte. Una bestia despiadada.

 Ahora, contemplando esta misma tarde como su cadáver exánime se hundia muerto y frío en el mar, por fin pude respirar en paz. Había ganado la batalla, una que haría historia. El gran Logro se había batido.


 Así, querido lector, no es de extrañar que, mientras suspirando de alivió mis labios formaban una tenue sonrisa, un rayo de luz se abrió camino desde el cielo, bañándome con su paz...

 "Al fin mi estrella ha vuelto a brillar y algo regresó a mi mundo: La Paz"