Cuando algo muere, algo nace... asi funciona este ciclo inevitable: El colectivo es eterno; el individuo, mortal.

domingo, 24 de febrero de 2013

Lex Divina


 Nuestras vidas se rigen por un delicado equilibrio, querido lector. Así es, y aunque no queramos verlo, aunque el tiempo oculte la realidad de nuestros joviales ojos, sigue su curso inexpugnable.

Ya he perdido a varios seres queridos, y puedo decir que la primera vez nos coge desprevenidos, ni siquiera podemos creer que una persona se haya ido, una persona cercana a la que quisimos, a la que rendimos cariño y confianza, pero así ocurre. Así es la ley de Dios. Así funciona la naturaleza. 

Sí, he dicho Dios. Con mayúsculas. Escucha, querido lector, para las personas que no han perdido aún a nadie, o que les dió igual hacerlo, o que sencillamente no tienen corazón es fácil negar la existencia de Dios. Enarbolan la ciencia como bandera de algo que no conocen. Juegan con las personas, juegan con los sentimientos de aquellos que realmente perdieron a alguien importante, y les da igual. Desalmados.

Puedes negar a Dios para ti, el pensamiento y la moral son libres. Pero no trates de negárselo a los demás. Es por eso que considero que el ateísmo debe ser convertido en agnosticismo, o bien erradicado con sangre y fuego de la faz de la tierra. Ateos, ¿Que saben ellos? ¿Necesitan pruebas de que a una persona le duele que le digan a la cara que sus seres fallecidos han desaparecido? ¿Que no existe más esperanza que el polvo? No hablamos de simplemente una prueba de Dios, hablamos de una esperanza que intentan arrancar a sus semejantes con su estúpida lógica fría. Y nosotros los creyentes somos los fanáticos a sus ojos...

Nosotros somos los ignorantes, sólo por aferrarnos a la idea de que algún día nos reuniremos con nuestros seres queridos en algún lugar. Abuelos, abuelas, madres, padres o hijos. Amigos, parejas...

¿Que sabe un ateo de la vida? En una ocasión un profesor ateo me dijo que creer en Dios es como creer en los gnomos. Sin duda una metáfora infantil, como lo es la idea de que el ateo está en posesión de la verdad. Cree o no en un ser superior, llámalo Dios, Alá, Yahvé, Nirvana... llámalo como quieras. Pero no niegues la existencia de una salvación a los demás, nunca reniegues de la esperanza de los demás.

Con los últimos acontecimientos en mi vida, empiezo a recordar cosas enterradas. Nunca desapareció de mi vida, claro que no, pero intento recordar sólo en los momentos adecuados. Es triste, pero se acerca un nuevo final. Puedo sentirlo querido lector. No puedo predecirlo, claro que no, ni me arriesgaría a asegurarlo. Pero habrá un nuevo final en mi vida. Salvo que sea el mio mismo primero.

Quiero creer querido lector. Mis primeros 2 años de carrera fueron de completa negación de Dios. Fui castigado ¿sabes?. Con un amargo final. No el mio claro que no, Dios quería un escarmiento para mi, no para mi familia. Para eso yo debía estar vivo y sufrir ese final. No podía ser el mio. El Dios en el que yo creo no lanza rayos, no fulmina al enemigo, no elimina al que debe escarmentar. Nunca lo hace. Es un Dios compasivo, el Dios en el que la mayoría de la humanidad cree, sea cual sea su religión. No, el te castiga con un dolor peor, mucho peor que tu propia muerte o enfermedad. El se lleva a alguien. Alguien cercano a ti. Alguien a quien amas, alguien con quien tienes recuerdos. Así actúa el Dios en el que yo creo.

Puede que su día hubiese llegado, pero te ofrece la posibilidad de reencontrarte con esos seres queridos cuando tu dia llegue. Sólo por esa ilusión, por esa simple posibilidad lejana, por esa esperanza, Yo Creo.

Ignoro la verdad, como cualquier ateo. Pero tengo esperanza ¿Sabes?. Mantengo la esperanza. Eso es lo que nos diferencia a los creyentes de los ateos. Ellos han perdido la esperanza. Compadezco su falta de ilusión, compadezco su fría lógica y su absurda negación de lo desconocido.

En mi opinión, la diferencia entre un ateo y un creyente es que, tras una puerta cerrada, ellos creen que no hay luz, y nosotros la sentimos brillar con fuerza. No por Dios, ni por todo el aparataje religioso mortal, sino por esas personas con las que queremos reunirnos. Y si tu Fé es certera, si tu Voluntad es fuerte, te reunirás con ellos. Así lo exige no Dios, sino la justa ley del universo. Y no me importa lo que digan los fríos científicos de la talla de Stephen Hawkins al respecto, su inteligencia ha obstruido su espíritú. La inteligencia tiende a la prepotencia y a la omnisapiencia. Salvo que, como en mi caso, mantengas vivo el espíritú.

Y como yo hay muchos científicos cuyo brillante intelecto no ha opacado su esperanza, su fé. Y sobretodo, que mantienen su humildad. La prudencia de no intentar demostrar algo cuyo conocimiento y medios para conocer no posees. Creen que los creyentes están cegados, cuando son ellos los que sólo ven su propio pensamiento. ¿Que saben? ¿Que pruebas empíricas tienen?

Stephen Hawkins incluso ha intentado demostrarlo científicamente, por favor. No puedo entender como la ciencia, una herramienta hecha a la medida humana compartiendo la imperfección de estos puede ser enarbolada con tanta confianza como prueba contra algo que ni siquiera los creyentes podemos probar.

Quizá esté afectado por este nuevo final que se aproxima en mi vida, querido lector, pero es cierto que jamás me será arrebatada esa esperanza. La llama que arde con fuerza y que nos impulsa a ser felices aquí, pero esperando el reencuentro en el más allá. Lo que los ateos no saben es que si llamas como la mía llegasen a apagarse, nada me impediría arrancarles la cabeza y beber su sangre. A fin de cuentas, ¿Quién me va a juzgar por mis actos si no hay Dios? ¿Que premio obtendré? Una muerte definitiva, igual que el santo.

Una parte de mi sólo desea una respuesta, como todos. El día que esa respuesta exista, la humanidad se extinguirá. Si Dios no existe, nos mataremos regidos por la ley del más fuerte. Si existe, muchos cometerán suicidio para adelantar el reencuentro con aquellos que partieron.

Una parte de mí desea que exista, y otra bien distinta desea que todas mis esperanzas sean rotas definitivamente. Que no haya salvación. Intento contener esa parte perversa de mi alma, pero es difícil cuando las palabras envenenadas por las lenguas ateas llaman a las puertas de su prisión. No quiero que despierte. No deseo que despierte. Como todo ser humano, soy dualista: bondad y maldad se funden dando cuerpo a mi personalidad. También a la tuya. Quien nunca haya tenido un mal pensamiento no es humano.

Pero los míos son horribles querido lector. Me aterra sólo pensar que aquí dentro existe una entidad que sólo piensa en la destrucción. Quizá yo también debería pasar por un psicólogo. Aunque dudo que pueda ayudarme. Esas horribles ideas y pensamientos se materializan dando forma a los terrores nocturnos más siniestros que puedas imaginar. Tengo muchas pesadillas querido lector. Especialmente en épocas oscuras como esta. Cuando un final se acerca, algo desea salir. Pero no se lo permito. No debo permitirselo.
 ¿Tendré doble personalidad como esos locos? Intento pensar que no puede ser. Pero lo cierto es que hablo sólo muchas veces. Adoro la soledad porque puedo conversar conmigo mismo. Converso con él. O quizás es el el que conversa conmigo. Es difícil definir cuando soy el o cuando soy yo. A fin de cuentas, somos la misma entidad. Las dos caras de mi mísmo.

¿Alguna vez te ha pasado, querido lector? A veces mi mente se expande y me muestra imágenes de cosas que podrían pasar o que me gustaría hacer. A veces deseo salvarle la vida a personas, deseo ser un héroe arriesgando incluso mi propia vida. Otras imagino ideas retorcidas como torturar a alguien o experimentar el sufrimiento ajeno nítidamente.

Son sensaciones bien distintas querido lector. El primero me causa una gran alegría en el pecho, como si de repente mis pulmones se llenasen de un aire puro de alta montaña. El segundo me da una sensación de odio que pasa entre mis dientes como hilo dental, afilándo y crispando mis manos, congelando mi rostro en una mueca de poder adictivo e inmensurable. Y lo peor de todo es que ambas sensaciones me gustan...

Supongo que todos tenemos un ángel y un demonio en nuestro interior. Unos incluso podemos sentirlo. Ahora mismo puedo sentirme. Puedo sentir quien soy. Siento mis partes como mis dos manos, afanándose por alcanzar el control absoluto. Temo por mis seres queridos querido lector. No sé donde está el botón que liberará al psicópata que tengo encerrado. Espero que nunca se pulse. No quiero.

Por eso me aferro a Dios. Por el reencuentro del más allá claro, pero también por esto. Es esta ley divina a fin de cuentas la que me otorga el poder de controlar a ese monstruo. Porque no necesito más que recordar mi última pesadilla para saber que es un monstruo. Deseo seguir siendo bueno y puro. Deseo alcanzar la redención del señor, deseo el reencuentro con mis seres queridos. No puedo evitar que partan, pero si puedo volver a verlos. Y nadie en su sano juicio debería quitarme esa esperanza. Por su propia vida.

Intento no desencadenar la locura encerrada. Dios me ofrece el camino y la Fé es la que aprieta las cadenas de mi voluntad. Aquellas que permiten que el animal que llevo dentro no sea liberado jamás.


Por el bien de todos, Lex Divina, guíame.

Gracias por Leer.